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Evolución estructural de los alminares zagríes

Comentábamos en artículos anteriores cómo el examen minucioso de la estructura interna de la torre de Santa María de Tauste me llevó a descubrir que esta no respondía a esa descripción tan manida de “torre y contratorre”, también denominada “estructura de alminar almohade”, entendiendo por tal una torre dentro de otra por entre las cuales circula la losa de escalera o la rampa de comunicación vertical.

Aunque ya expuse algo sobre ello, comenzaré por hacer un breve repaso de las características estructurales de la torre de Santa María de Tauste, para seguir el orden cronológico de esta investigación y terminar con las conclusiones que de todo ello se obtienen.

En realidad, no son dos torres -una dentro de otra- sino una sola, únicamente aligerada por una sucesión vertical de estancias, una sobre otra, envueltas por un muro de gran espesor en cuyo interior, a medida que se levantaba toda la obra, se iba dejando el hueco de la escalera, con todo el peldañeado como suelo y el techo de bovedillas enjarjadas que también se van escalonando en sentido ascendente (eso que denominan en los libros de arte “aproximación de hiladas”, pero que en nuestro argot resulta más correcto el apelativo de “enjarjadas”, porque todos sabemos lo que es un “enjarje” en construcción).

Torre de Santa María de Tauste.

 

Observando la perspectiva anterior, comprobamos que la sección horizontal a cualquier altura es muy maciza, quedando como huecos solamente el de la estancia central y el de la escalera, el cual no abarca todo el octógono sino solamente la mitad del mismo. También vemos en la sección vertical que, en cualquier punto que nos situemos en el interior de la escalera, la obra maciza de dos metros que tenemos sobre nuestras cabezas hasta la siguiente vuelta no es una correa de escalera, sino el muro que se cierra por encima de nosotros para volver a abrirse en la vuelta superior. Para una mejor comprensión de lo explicado, adjunto a continuación una perspectiva en sección de la misma torre tomada del trabajo “Torres mudéjares aragonesas” de Francisco Íñiguez (1937).

Dibujo F. Iñiguez

Hemos de darnos cuenta de que, si la torre fuese tal y como siempre la han descrito, la representación de la figura 1 habría sido como se ve a continuación, donde, si nos fijamos en la perspectiva, se perciben prácticamente inconexas la torre interior y la torre exterior.

Torre octogonal hipotética formada por torre y contratorre

 

Este hecho despertó la sospecha de que habría otras torres en Aragón en las que se daría la misma circunstancia y, con los arquitectos Javier Peña y José Miguel Pinilla, nos pusimos a indagar sobre ello.

A propósito de estos arquitectos, a quienes ya mencioné anteriormente, aprovecho para indicar que son ellos quienes más tiempo llevan investigando sobre nuestros precedentes zagríes, prácticamente a lo largo de toda su vida profesional, que alcanza ya cuatro décadas.

Al haber comenzado por el modelo de torres octogonales, decidimos continuar con el mismo, lo cual nos llevó inmediatamente a las torres de San Pedro de Alagón y San Pablo de Zaragoza. En esta última se aprecia un grado de parte maciza todavía muy superior a la de Tauste. Las escaleras de esta última se desarrollan en tramos alternos, con seis peldaños en cada uno de ellos, intercalando rellanos entre los mismos. Así pues, en cada vuelta completa, se suben 4 tramos de 6 peldaños, lo que hacen un total de 24 peldaños por vuelta. A una media de 20,5 cm de tabica en cada uno de ellos, la altura ganada es de casi 5 metros. Teniendo en cuenta que la altura libre media del hueco de la escalera es de unos 3 m, quedan esos dos metros de obra maciza entre cada vuelta y la siguiente.

Esto se acentúa mucho más en la de San Pablo. Curiosamente, sus dimensiones son muy similares a la de Tauste, pues cada lado del octógono exterior mide lo mismo en ambas torres (3,50 metros) y la altura también es muy similar, si descontamos el recrecido que hicieron en la de Zaragoza en el siglo XVI. Sin embargo, internamente, una de sus diferencias más destacadas radica en el desarrollo del peldañeado. Como puede verse en la figura siguiente, el número de peldaños en cada tramo es el mismo, pero no hay rellanos y, por tanto, en cada vuelta completa se suben 40 peldaños. Ello supone una altura de unos 8 metros y, siendo que la altura del hueco libre de la escalera es similar a la de Tauste, la obra maciza que hay entre vuelta y vuelta ya es del orden de 5 metros. La diferencia se aprecia comparando las figuras 1 y 4.

Torre de San Pablo

 

Si en la de Tauste el hueco de la escalera en cualquier sección horizontal abarcaba la mitad del octógono (cuatro caras y el resto macizo), en esta apenas son dos caras y media.

La torre de Alagón es más pequeña de las anteriores y sigue un modelo similar. A estas escaleras incorporadas dentro de un muro las denominamos “intramurales”.

Torres de San Pablo, Tauste y Alagón.

La conclusión más inmediata para nosotros, los arquitectos técnicos, a los que se nos supone -con toda razón- los mejor preparados en materia de ejecución de obras, es que el sistema de escalera intramural que asciende helicoidalmente por el interior de la torre es mucho más arcaico que el de torre-contratorre, siendo este último una evolución del anterior. Según esto, la torre de San Pablo sería el precedente de la de Tauste y esta, a su vez, de la de Alagón. Trasladando el caso a las torres cuadrangulares, encontramos que la más arcaica de todas ellas es la de Santa María de Ateca, la cual tiene un grado muy alto de parte maciza en el desarrollo de la escalera. Acompaño a continuación una fotografía de la misma, un alzado y una sección vertical, dibujos estos últimos realizados por Agustín Sanmiguel Mateo en los que recrea el más que posible estado original de la torre durante su época islámica.

Torre de Ateca

Tanto las torres zagríes octogonales como las de planta cuadrada evolucionarían aligerando las estructuras de sus escaleras. Lo hacen, por un lado, aumentando los rellanos en sus desarrollos, con lo cual, se dan más vueltas para salvar una misma altura, y, por otro, aumentando la altura útil de los huecos de la escalera, de forma que el techo quede ya a pocos centímetros del suelo de la vuelta siguiente, definiendo así lo que ya es una “correa de escalera”.

Esta evolución tiene como culminación, por ejemplo, en el caso de las octogonales, el gran alminar de la mezquita aljama de Saraqusta (oculto dentro de la torre barroca de la Seo, al que dedicaremos un artículo) y, en el caso de las cuadradas, la torre de la Magdalena de Zaragoza o alminar de Bâb al-Qibla. En estas torres, construidas en la última época de la taifa de Saraqusta, se llegó ya a desarrollar ese sistema de construcción de torre-contratorre, mucho más tecnológico y fácil de realizar, pues permite ir erigiendo de manera independiente la torre interior, la exterior y la escalera entre ambas. Posteriormente, tras la conquista feudal por Alfonso I el Batallador y la incorporación de este territorio al reino de Aragón, buena parte de la población emigra hacia el sur (en Zaragoza se calcula que de los más de 50.000 habitantes que pudo tener, se quedó en unos 5.000 en poco más de un año) y lo hace con todo su bagaje de conocimientos. El pueblo almohade que viene del norte de África para gobernar lo que queda de Alandalús es fanático y guerrero, impone un rigorismo religioso extremo y no es portador de cultura. Poco a poco, adopta la de los territorios que va conquistando. A finales del siglo XII, el califa almohade Yûsuf I manda construir el alminar más espectacular de todos sus dominios, la Giralda de Sevilla, y se adoptarán las técnicas constructivas desarrolladas con anterioridad en el valle medio del Ebro. Dada la grandeza de esta construcción almohade, pasando por alto todo el esplendor aquí alcanzado con anterioridad en el afán de incluir toda la arquitectura de ascendencia islámica dentro de la época cristiana, catalogándola como “mudéjar”, se dio en decir también que todo eso lo habían traído los almohades y se aplicó a estas estructuras el apelativo de “alminar almohade”, restando el mérito a los verdaderos artífices, que no habían sido otros sino los zagríes o tagarinos, es decir, las gentes de aquí. Aun así, la esbeltez de nuestras torres, entendida como la relación entre la altura y la dimensión de la base suele ser del orden de 5, mientras la de la Giralda, en su estado original, se queda algo más de 3. Evidentemente, esta torre ocupa una planta mucho mayor, pero era bastante menos esbelta antes de su recrecido ya en la Edad Moderna. La independencia estructural entre las dos torres de que se compone, obliga a que la interior esté compuesta por un muro de espesor considerable, a diferencia de las torres zagríes. El dibujo que figura a continuación da idea de todo ello, siempre desde la consideración de que la Giralda se construye aproximadamente siglo y medio después que las de San Pablo y Tauste.

Secciones horizontal y vertical de La Giralda. Comparación entre los tres alminares en fase de construcción.

 

Esta relación de precedencia se da también claramente entre el Palacio de la Aljafería de Zaragoza (siglo XI) y los Reales Alcázares de Sevilla (siglo XII), de igual forma que también se observa una notable influencia de nuestro arte zagrí en el nazarí que se desarrollaría posteriormente en Granada. Se trata de hechos evidentes de los que no solemos ser muy conscientes los propios aragoneses.

La Aljafería de Zaragoza, (izquierda), y el Alcázar de Sevilla, (derecha).

 

Como colofón de todo esto, apuntaré cuál pudo ser el origen en nuestra tierra de construir torres con la escalera incorporada dentro del propio muro, es decir, cuál o cuáles pudieron ser las primeras torres en las que se diseñó una escalera intramural para salvar desniveles. Se trata de los torreones que flanquean el Castillo Mayor de Calatayud (posible datación siglos IX-X). Ambos se componen de dos estancias superpuestas, accediendo a la inferior desde el propio terreno y a la superior a través del adarve de la muralla que recorre la distancia de una a otra. La planta exterior es octogonal, pero interiormente es cilíndrica. Cuando uno entra en esa estancia superior, se encuentra al lado un hueco que parece ser la entrada a un armario empotrado en el muro, y sí, es algo parecido, pero con el suelo escalonado -y el techo también ascendente- que te conduce a la terraza o cubierta de la edificación, es decir, una escalera intramural. Aquí no cabe confusión conceptual, pues no se trata de una escalera que dé vueltas y vueltas en torno a la torre, sino que, recorrida la longitud en planta de apenas dos lados del octógono, ya se ha llegado al nivel superior, que es la terraza del torreón. El resto es todo muro macizo.

Exterior y dibujo de planta y sección del Torreón Este del Castillo Mayor de Calatayud.

 

En este caso, la construcción es meramente militar. Eso explica que sea tan maciza, hecha con tapial de yeso y que la escalera no comunique con la planta baja, para dificultar el acceso del enemigo en caso de ataque.

De todo esto podemos deducir que nos encontramos ante una herramienta útil para establecer dataciones relativas entre nuestras torres de ascendencia islámica cuando no existe documentación fehaciente sobre la construcción de las mismas. El estudio de la proporción entre las partes huecas por donde circula la escalera y las macizas, así como el rastreo de este dato a lo largo de los distintos monumentos, nos conducirán a un criterio bastante fiable para la datación de buena parte de este patrimonio nuestro al que, de manera cómoda y sin más, se dio en fechar a partir del siglo XIII.

Es una de las áreas donde nosotros, los arquitectos técnicos, podemos reivindicar nuestra mayor solvencia para intervenir en la catalogación, valoración y datación del patrimonio arquitectónico.

 

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

 

Artículos anteriores

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.

La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.

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