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La parroquieta de La Seo de Zaragoza

Hasta ahora nos habíamos centrado en revelar de dónde viene esta arquitectura mudéjar aragonesa que nosotros llamamos arquitectura tagarina, siguiendo el gentilicio que tenían los moros aragoneses, según hace notar nada menos que Cervantes en El Quijote y que proviene de la expresión “ath-Thagr al-‘Alà” o Marca Superior de Alandalús, que es lo que era nuestro territorio actual. Decíamos que es la continuación de la arquitectura desarrollada en este mismo lugar durante la taifa de Saraqusta, ese siglo de oro que va desde su declaración de independencia en 1018 hasta 1118, año de la conquista de la capital por Alfonso I el Batallador e incorporación al reino de Aragón. A esta arquitectura la denominamos “arquitectura zagrí”.

Pretendo, a partir de ahora, ir enumerando y describiendo cuáles son esos monumentos que consideramos están erróneamente catalogados dentro del mudéjar y que, realmente, constituyen un patrimonio mucho más exótico, como resulta hablar de arquitectura islámica en nuestra tierra, tan alejada del sur de la Península.

Comenzaremos con un plato fuerte, muy fuerte: la Parroquieta de la Seo, también conocida como capilla de San Miguel. Se trata de esa capilla que se encuentra junto al ábside izquierdo de la Seo de San Salvador y que presenta en su exterior ese muro tan espectacular al que todo el mundo denomina “mudéjar”. Se dice de la misma que fue erigida por el arzobispo D. Lop Ferrench de Luna (D. Lope Fernández de Luna) a partir del año 1374 para que fuera su propia capilla funeraria. Existe documentación fehaciente de que en su decoración exterior trabajaron dos azulejeros sevillanos (Garcí y Lop Sánchez). Sin más, se afirma que todo el edificio fue mandado construir de nueva planta por el mencionado arzobispo y, cuando visitamos el monumento, toda la historia que se nos cuenta versa en torno a esta afirmación.

Tengo que decir que todo lo que voy a exponer a continuación está basado en las investigaciones llevadas a cabo por el arquitecto Javier Peña Gonzalvo. Vayamos por partes.

Lo primero que llama la atención es el maravilloso muro norte, profusamente decorado con variadas geometrías realizadas en ladrillo resaltado y cerámica vidriada. Extraña sobremanera que cuatro ventanales apuntados rompan estrepitosamente esa geometría tan perfecta y trabajosamente elaborada. ¿Por qué, si había necesidad de esos huecos, no se tuvieron en cuenta ya desde su origen en ese diseño tan complejo y, sin embargo, estropean una labor tan perfecta?

En el interior, uno comprueba que los dichosos ventanales encajan perfectamente con el espacio interior. Los más altos están centrados en sus correspondientes tramos de bóvedas de crucería y los otros dos guardan una perfecta simetría a ambos lados del arcosolio que cobija el sarcófago del arzobispo.

Vista interior de los ventanales perfectamente centrados bajo las bóvedas

 

Planta y Sección (Ángel Peropadre Muniesa, Arquitecto) Sarcófago señalado en rojo, (J. Peña)

 

Nos asalta la sospecha de que exterior e interior pertenezcan a fases constructivas diferentes, pues parece ser que quien diseñó la rica decoración geométrica nunca pensó en abrir esos huecos y, quien los abrió, se rigió estrictamente por criterios de interiorismo. Si así fue, está claro que son los ventanales los que corresponden a la época del arzobispo, junto con las bóvedas de crucería del interior. Se ve que el arzobispo era un hombre amante de la arquitectura de su tiempo (la que ahora llamamos “gótica”), llevada en este caso al extremo de emplear piedra sillar en la construcción de las bóvedas, siendo estas las únicas de toda la ciudad construidas con este material en lugar del ladrillo, es decir, como la arquitectura gótica de casi todo el resto del mundo occidental. También el sarcófago fue algo rabiosamente actual para aquel entonces, pues se preocupó de encargárselo a Pedro Moragues, uno de los mejores escultores que había en toda la Corona de Aragón. Eso demuestra el gusto de D. Lope por el arte del momento en que le tocó vivir, y, desde luego, está claro que este templo fue promovido por él para que le sirviera de mausoleo. La duda es si toda la obra es de nueva planta de aquel entonces o si reaprovecharon elementos constructivos de otro edificio preexistente. Si así fuera, ¿cuándo se habría construido el anterior? Por otra parte, si todo el edificio fue mandado construir de nueva planta por el arzobispo, ¿por qué hacen los muros de ladrillo y las bóvedas de piedra cuando la lógica constructiva indica que lo normal es que fuera un criterio unitario o, en todo caso, al revés, es decir, la piedra abajo y el ladrillo arriba?

 

Cúpula de madera dorada

 

Detalle de la cúpula con inscripciones coránicas y el blasón de los Luna.

 

Pero existen muchos más detalles que inducen a seguir analizando este interesante edificio. El presbiterio, en cuyo lado izquierdo se encuentra el sarcófago, está cubierto con una fastuosa cúpula ochavada de madera dorada, de base cuadrada, que pasa del cuadrado al octógono. Su exuberante decoración se compone de diversas bandas de bovedillas de mocárabes que se alternan con tableros de lazos de diversos tipos, veneras y, especialmente, varias bandas epigráficas que contienen suras del Corán, incluyendo la heráldica del arzobispo (la media luna). Curioso capricho el de un arzobispo cristiano que manda hacer como techo de sus restos mortales algo propio de la religión musulmana, precisamente en lengua árabe y no en latín. Sobre todo, si tenemos en cuenta otro detalle: D. Lop Ferrench de Luna era, además, propietario del castillo de Mesones de Isuela, en cuya capilla también mandó construir una cúpula de madera policromada, pero aquella es rotundamente mudéjar, con tablas góticas representando ángeles, en un contexto claramente cristiano. ¿Por qué no hizo otra de semejantes características para su propio enterramiento?

Debajo de este presbiterio, existe una cripta a la que se baja mediante una escalera intramural. El techo de esta escalera está realizado mediante bovedillas enjarjadas de ladrillo. Cuando se pasa por debajo del sarcófago, se observa que tuvieron que romper las bovedillas para ganar la altura necesaria (lo que en nuestro argot denominamos “cabezada”) y sustituir estas por un apaño improvisado de maderos y tablero plano.

 

Apaño hecho en el techo de la escalera para salvar la cabezada

 

Eso demuestra que la construcción del arcosolio donde está el sarcófago es posterior al muro (y hablamos del mismo muro norte al que aludíamos antes). Para seguir defendiendo la teoría de que toda la construcción es mudéjar del siglo XIV, se apunta que, posiblemente, la voluntad del arzobispo fue que su sarcófago estuviera en esta cripta, pero, ¿tiene sentido una obra escultórica tan costosa para tenerla “escondida” en ese sótano?

Los enigmas no terminan ahí. Durante las obras de restauración llevadas a cabo a principios de los años 90, el arquitecto que las dirigió, Ignacio Gracia, estudiando la junta de encuentro entre el ábside izquierdo de la Seo (románico, del siglo XII) y este edificio, comprobó que el primero se estrella contra el segundo, es decir que, cuando se construyó el primero, el segundo ya estaba. En el famoso muro norte, la escalera descrita de acceso a la cripta no es el único pasadizo existente. A cotas más elevadas existe alguno más y allí descubrió dos detalles muy importantes: un arranque de nervio de las bóvedas góticas traspasa la hoja interior y se introduce en ese corredor, algo que demuestra que ese muro no fue concebido para soportar esas bóvedas, y el segundo y más llamativo, andando por el interior, uno se encuentra con que el pasillo se interrumpe súbitamente en un punto por un tabique frontal que lo tapona. Ese tabique no es otra cosa que la jamba de uno de los dichosos ventanales a los que aludíamos al principio: cuando abrieron el hueco, tuvieron que tabicar la separación entre el muro exterior y el interior para formar las jambas. Ya no hay duda de que el muro “bonito” es anterior a los ventanales y a las bóvedas de crucería.

 

Por si fuera poco, la guinda de todo ello la puso Javier Peña. Ignacio Gracia, sabedor de su interés por toda la arquitectura aragonesa de origen islámico (mudéjar o no), tuvo la amabilidad de invitarlo a visitar las obras en 1992. Subidos a un andamio, a cierta altura, en el rombo mixtilíneo situado en el extremo derecho del segundo friso (muy cerca ya de la esquina con la plaza de la Seo), Peña descubrió una inscripción árabe de caracteres cúficos incisos en el yeso. Su traducción es “Lo hizo Salâma ibn Gâlib”. La noticia salió a toda página en el Heraldo de Aragón por aquellas fechas, pero luego fue deliberadamente silenciada. Estudiada por el arabista Martínez Enamorado, la conclusión fue que su morfología indicaba una datación andalusí, lo cual nos lleva al siglo XI.

Extraño muro, pues, construido en el siglo XIV, pero que es anterior al ábside románico que tiene al lado (datado inequívocamente en el siglo XII) y que contiene una inscripción realizada en el siglo XI (permítaseme la ironía).

Llegados a este punto, uno se pregunta por qué dice la documentación antigua que esta capilla fue construida en el siglo XIV. Realmente, cuando se consultan archivos históricos no es habitual encontrar noticias donde se habla de “ampliación, reforma o reconstrucción”, sino simplemente de “edificación”. Ocurre lo mismo con las fundaciones de algunas poblaciones que, a menudo, se trata realmente de refundaciones o, simplemente, de un cambio de poder y un nuevo impulso por los nuevos gobernantes mediante cartas de población que otorgan privilegios para los nuevos pobladores. Los edificios históricos son, en muchas ocasiones, el producto de múltiples actuaciones llevadas a cabo a lo largo de los siglos, pero, curiosamente, en el mudéjar, quizá en ese afán de adscribirlo todo a la época cristiana, casi siempre se plantean concepciones unitarias, muchas veces alejadas de la tozuda realidad constructiva.

La pregunta que se plantea es, pues, qué edificio era este que se construyó aquí, en este lugar, en la Saraqusta islámica, cómo era realmente y para qué. Javier Peña, desde su formación de arquitecto y buen conocedor de la historia de aquella época, lo sitúa en el contexto de la mezquita aljama. Como todos sabemos, esta se encontraba en el mismo solar que ahora ocupa la catedral y resulta lógico pensar que se tratara de una edificación anexa a la misma. Por ejemplo, una madrasa (escuela coránica) o, más probablemente, el mausoleo de algún sultán de la dinastía de los Hudíes, que fue la segunda y última que ostentó el trono de este reino. A partir de su extenso trabajo, elaboró la recreación que aquí se acompaña de todo el conjunto arquitectónico formado por la gran sala de oración compuesta por varias naves, el sahn o patio de abluciones, el alminar y este edificio anexo (en la parte inferior izquierda). Respecto al mismo, resulta lógico pensar que el muro norte, por su orientación, sería totalmente ciego en su origen y que la edificación estaría abierta hacia el sur, es decir, hacia el sahn, que es la orientación buena. Por cierto, del alminar octogonal que ahí aparece, en el mismo lugar donde ahora vemos la torre barroca de planta cuadrada, así como de curiosidades de esa mezquita, hablaremos en otro artículo.

 

Restitución de la Mezquita Aljama de Saraqusta. Interpretación de J. Peña Modelo 3D de Marta Quintilla y Miguel Sancho. Área de expresión gráfica arquitectónica. Departamento de Arquitectura. UNIZAR.

 

 

Vista aérea de La Seo. Estado actual. Google Earth.

 

Cabe imaginar, con mucha certeza, que el bueno de nuestro arzobispo, amante del arte y de la cultura (como lo demuestran sus obras), quedó impresionado por la belleza de este edificio y no pudo resistir la tentación de sacar al anterior inquilino para enterrarse él mismo, previo “tuneo” de todo el interior y adecuación a las modas del momento. Tampoco hubo de preocuparle las alabanzas a Dios expresadas en lengua árabe en la gran cúpula de madera: al fin y al cabo, rezamos al mismo Dios y, para entonces, como ya nadie entendía esa lengua, daba igual; ahí quedaban como un motivo más de decoración. Además, antes se veían porque el espacio estaba muy iluminado (abierto hacia el sur, al patio de abluciones) y, a partir de entonces, iba a quedar mucho más oscuro. De hecho, aun en la actualidad, casi no se aprecia si no es con una iluminación artificial potente. Le bastó con superponer el blasón de su familia (la media luna) en los puntos clave, con la debida profusión, tanto en la cúpula como en la decoración exterior del muro, para dejar clara su toma de posesión. Por otro lado, también se entiende que la ubicación privilegiada para tal fin, entre la catedral principal del reino y el palacio arzobispal, era demasiado tentadora como para resistirse.

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

 

Artículos anteriores

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.

La arquitectura zagrí (IlI): Un poco de historia.

¿Por qué la llamamos «arquitectura zagrí»?

El yeso: Ese material tan habitual como ignorado.

Errores conceptuales respecto al yeso.

Técnicas de construcción con yeso.

Mortero de cal o pasta de yeso.

¿Cómo nació la arquitectura mudéjar aragonesa?

Génesis de la Arquitectura Zagrí.

Evolución estructural de los alminares zagríes.