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La Torre de la Iglesia de San Gil Abad de Zaragoza

 

Aunque parece una torre humilde, estudiada con detenimiento, resulta muy interesante desde muchos puntos de vista.

El profesor Gonzalo Borrás, en su magistral obra “Arte mudéjar aragonés”, explica que esta iglesia fue creada inmediatamente después de la conquista de Zaragoza por Alfonso I el Batallador (1118) y entregada por el propio monarca al obispo de Jaca-Huesca en recompensa por los servicios prestados en la toma de la ciudad. El obispo de Zaragoza, Pedro de Librana, confirmó dicha donación real en 1121. Según esto, tendríamos que pensar que, tras la conquista, se pusieron a construir a toda prisa una iglesia que, tan solo tres años después, ya estaba terminada (¿?). De haber existido esta iglesia, por su época, tendría que haber sido románica, pero, como en otros casos (el de la Magdalena, por ejemplo, de la que hablábamos en el artículo anterior), jamás se han hallado restos de ella. Sorprenden estas interpretaciones cuando ya el profesor José Mª Lacarra decía que “Alfonso el Batallador cuidó de que tanto la Iglesia de Zaragoza como las otras dos entonces restauradas (Tudela y Tarazona) contaran desde el principio con dotaciones idóneas. Recibieron en primer lugar todas las mezquitas que se convirtieran en iglesias -es decir, en Zaragoza, todas las del recinto urbano-, con las heredades y derechos (alhobces) que hubieran tenido bajo dominio musulmán…” (Historia de Zaragoza, tomo 1, pág. 170). De hecho, lo único que tenemos sobre la actividad constructora en el siglo XII en Zaragoza es el cuerpo bajo de los tres ábsides de la Seo, lo que indica el estado de precariedad de aquellas primeras décadas de posguerra.

Hemos de tener en cuenta que en la Zaragoza islámica hubo numerosas mezquitas y que una de ellas tuvo que estar en este lugar. Tras la conquista, sería consagrada para la liturgia cristiana y ese es el templo que realmente fue donado al obispo de Jaca-Huesca. Como puede verse en el plano de situación, la orientación de la iglesia es perfectamente compatible con la de una mezquita por estar dispuesta hacia el Sureste.

 

Plano de Situación Iglesia San Gil Abad Zaragoza

 

Tal y como la conocemos hoy, esta iglesia es la consecuencia de la gran transformación que sufrió a principios del siglo XVIII. Pero vayamos a su origen.

Aquel templo (mezquita primero e iglesia después) sería derribado a principios siglo XIV para construir una iglesia con una tipología constructiva que iba a servir de modelo para otros magníficos templos, como las iglesias de Tobed, Azuara o Torralba de Ribota, entre otras.

 

Iglesia de Tobed

 

Iglesia de Azuara

 

En el caso de San Gil, esta tipología quedó enmascarada por esa inoportuna transformación barroca y por los edificios que a ella se fueron adosando. Sin embargo, se luce de manera espléndida en estas otras iglesias, como podemos apreciar en las imágenes.

Sabemos que, en la época gótica, eran habituales las bóvedas de crucería. Para contrarrestar los fuertes empujes laterales que producen estas bóvedas, se hacían contrafuertes. Cuando, a principios del siglo XIII, se construyen las primeras iglesias mudéjares, se imita el modelo gótico porque es el que está de moda en el mundo occidental. Lo que en otros lugares se construye en piedra, aquí se hace en ladrillo y yeso de la mano de alarifes mudéjares porque son los verdaderos maestros a la hora de trabajar con estos materiales. Uno de estos primeros casos fue la iglesia de Santa María de Tauste, como podemos ver en la imagen. Las flechas de color rojo señalan esos contrafuertes que quedan vistos al exterior. No siempre suponen un refuerzo suficientemente sólido y, a veces (sucede en Tauste), esos empujes producen desplomes en los muros y agrietamientos en las bóvedas.

Iglesia Santa María de Tauste

 

Iglesia de Torralba de Ribota

 

No sabemos si fue al avispado alarife de San Gil a quien se le ocurrió este otro sistema que vamos a explicar a continuación o le vino la inspiración de algún otro lugar, pero lo que llevó a cabo fue algo muy ingenioso, tanto desde el punto de vista estructural como estético. En lugar de esos simples contrafuertes, construyó unas torrecillas (quedan señaladas también en las fotografías correspondientes con flechas de color rojo) que, al tener mayor volumen, aportaban una estabilidad al conjunto infinitamente superior y, desde el exterior, aportaban un efecto estético muy bien logrado. En el interior de la iglesia, se hacían capillas laterales entre las mismas, de menor altura que la nave central. Dentro de esos torreones se hacían escaleras para subir a la planta superior que quedaba sobre esas capillas y se hacía un corredor que quedaba abierto al exterior mediante vanos apuntados. El resultado es una construcción que recuerda a los castillos y, por eso, se les dio en denominar “iglesias fortaleza”. No vamos a decir que no sirvieran en alguna ocasión como tales (es decir, como edificaciones militares), pero está claro que esta tipología responde más bien a una necesidad de estabilidad estructural que a otra funcional que no sea la puramente religiosa. Desde luego, en esta de San Gil, siendo el arquetipo de todas ellas, no tiene sentido pensar en una construcción militar dado su enclave dentro de la ciudad. En la imagen que sigue a continuación, reproducimos su planta, tal y como quedó en el siglo XIV.

Planta de la Iglesia de San Gil S.XIV (J.M. Pinilla, a partir del plano realizado por el equipo de arquitectos técnicos colaboradores en el libro “Arte mudéjar aragonés”, de G. Borrás)

 

Viendo el plano, lo primero que salta a la vista es la “extraña” situación de la torre respecto a la iglesia y, por ello, se ha resaltado en color verde. El hecho de que dentro de ese corredor que describíamos antes aún quede parte de la decoración de la torre demuestra que, cuando se construyó la iglesia, la torre ya existía, pues hubiera sido absurdo realizar unas decoraciones (en este caso, de cerámicas vidriadas) para dejarlas ocultas.

Decoración oculta en la Torre de San Gil vista desde el corredor (Foto J.A. Tolosa)

 

Observando la torre desde el exterior (ver la fotografía del principio), podemos describirla como una torre de tres cuerpos separados por cornisas formadas por canecillos de ladrillo. El primer cuerpo es del que no cabe duda de que ya existía desde antes de la construcción del siglo XIV y, por tanto, no puede ser otra cosa que el alminar que nunca se derribó y que perteneció a aquella mezquita. Era un alminar pequeño, de planta cuadrada, con un machón central en torno al cual se desarrollaba la escalera. Cuando construyen la iglesia, el alarife tiene la habilidad de reutilizarlo para el fin que siempre ha servido: llamar a los fieles a oración, antes de viva voz y ahora mediante el tañido de campanas, y lo recrece tanto en altura como en planta. En altura para superar la de la iglesia (la mezquita que había antes era más baja, como es habitual) y en planta para conseguir en el tercer cuerpo espacio suficiente para alojar esas campanas, convirtiendo su planta cuadrada en rectangular. Esto lo consigue apeando esa ampliación sobre el propio muro de la iglesia mediante un arco que ni siquiera se preocupa de dejarlo bien terminado porque adosa a la torre una de las torrecillas contrafuertes que lo van a dejar oculto, según se ve en el plano anterior. Por los motivos que fueran, después se desmocharía esa torrecilla y quedaría a la vista ese arco y ese paño sin rejuntar que contrasta con la finura de la labor decorativa desarrollada en el resto de la torre.

 

Arco de descarga para apeo del recrecimiento de la torre sobre el muro de la iglesia

 

Planta actual de la iglesia y su relación con la torre ( J.M. Pinilla, a partir del plano realizado por el equipo de arquitectos técnicos colaboradores en el libro “Arte mudéjar aragonés”, de G. Borrás)

 

Es en el siglo XVIII cuando tiene lugar la desafortunada transformación barroca a la que aludíamos anteriormente. Derribaron las dos bóvedas de crucería y las sustituyeron por las tres actuales. También se derribaron los muros testeros, se invirtió la orientación de la iglesia y se añadieron los dos ábsides poligonales, situando la entrada por el de la calle de San Gil. En el plano anterior, José Miguel Pinilla grafió en color verde el antiguo alminar, en rojo el recrecido sobre la iglesia y en rosa la iglesia mudéjar del siglo XIV.

Para mejor comprensión de toda la evolución expuesta, se adjunta la fotografía que sigue a continuación correspondiente a la fachada norte. En ella podemos observar, de izquierda a derecha, la torre contrafuerte más próxima a la calle de San Gil, la galería de arcos apuntados del corredor antes descrito, el contrafuerte situado entre el tercer y el cuarto arco (que irrumpe en dicho corredor, construido durante la reforma barroca al transformar el espacio anterior de dos tramos en el de tres actual), la torrecilla adosada a la torre (desmochada y dejando al aire el arco de descarga) y, por fin, el alminar zagrí -primer cuerpo de la torre– con los otros dos cuerpos superiores correspondientes a la ampliación mudéjar con la que el alminar quedó convertido en campanario.

 

Fachada Norte (Foto J. M. Pinilla)

 

Vemos que la decoración de la torre en los cuerpos superiores es distinta y de diferente factura a la del primer cuerpo. El arquitecto José Miguel Pinilla explica todo este proceso constructivo en un artículo publicado en el libro “Al-Magreb y al-Ándalus en la Edad Media e inicios de la Edad Moderna” (Asociación Marroquí de Estudios Andalusíes, Tetuán, 2022, pág. 267-274). Plantea, además, una reflexión muy interesante sobre la gran diferencia entre esta iglesia y las otras antes mencionadas y que tienen a esta como precedente. En la de San Gil se ve claramente cómo al alarife le va mejor construir todo el templo de manera independiente a la torre que ya existe. Es decir, no se sirve de esta para que le haga de contrafuerte y ahorrarse uno de ellos, sino que le resulta más cómodo construir los seis torreoncillos de nueva planta junto con la iglesia, quedando el viejo alminar integrado en el conjunto, aunque de manera forzada (ver de nuevo el plano de planta de la iglesia en el siglo XIV). Sin embargo, en las otras iglesias, uno de esos torreoncillos (dos en el caso de Azuara) se levantan más que el resto y así sirven de campanario. Son ejemplos claros de cómo se concibe un campanario en un mismo conjunto con su propio templo, aprovechando elementos de este para su basamento (los cimientos y dos de los muros), por coherencia constructiva. Cuando esta coherencia no se da, podemos empezar a sospechar que algo no encaja en la versión que siempre se nos ha dado.

Para terminar, exponemos a continuación un curioso dibujo realizado por Agustín Sanmiguel donde recreaba cómo pudo ser este alminar en su origen, su posición respecto a la mezquita y un pequeño escrito de su puño y letra en el que sugería al arquitecto restaurador la conveniencia de extraer los escombros de la parte baja de la torre en previsión de que, entre los mismos, aparecieran piezas valiosas para avanzar en el conocimiento de este interesante alminar. Todo ello, con su gran ingenio, maestría y peculiar estilo.

 

Dibujo y misiva de Agustín Sanmiguel

 

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

 

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La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (I).

La arquitectura zagrí y mudéjar en Aragón (II): El caso de Tauste.

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