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La Torre de Utebo

Torre de Utebo

 

Torre de Utebo

 

Terminado el periplo por el patrimonio zagrí de Saraqusta, nos disponemos a iniciar una serie de recorridos por otros lugares de nuestra geografía. Nos habíamos quedado en la iglesia de San Martín de la Aljafería y seguiremos viaje aguas arriba del wâdî al-Ibruh (río Ebro). A pocos kilómetros, llegamos a Utebo.

La Torre de Utebo: Ejemplo singular de la arquitectura zagrí.

Torre de Utebo, ejemplo singular del múdejar aragonés
Torre de Utebo

La torre de esta villa está considerada como uno de los ejemplares más destacados del mudéjar aragonés y constituye un conjunto arquitectónico muy singular junto a la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, a la que acompaña. Sin embargo, a lo largo de este artículo, veremos cómo queda en entredicho ese apelativo de “mudéjar” para pasar -si cabe- a otra consideración de mayor calado.

Cuando uno llega a la plaza de España de esta localidad, si ha leído previamente que ambas construcciones (torre e iglesia) son contemporáneas, no puede evitar pensar que algo chirría en esa afirmación dado el gran contraste estilístico que hasta el más profano percibe entre ellas, es decir, la exuberancia decorativa de la torre y la sobriedad del templo.

Para situarnos adecuadamente, comencemos por describir en primer lugar los planos de planta que se acompañan.

Torre de Utebo Conjunto Torre Iglesia planta calle. Dibujo J. Heredia y C. Gasco -arquitectos-.

 

Torre de Utebo Conjunto Torre Iglesia planta coro. Dibujo J. Heredia y C. Gasco -arquitectos-.

 

La torre se encuentra en el extremo occidental del conjunto (lado izquierdo en el dibujo). A su derecha, pegado, vemos un cuadrado con un círculo circunscrito. Se trata del atrio o patio de entrada a la iglesia. Desde estos dos cuadrados que representan la torre y el atrio hacia la derecha vemos una nave compuesta por tres tramos cubiertos por bóvedas de crucería (la iglesia mudéjar) y, finalmente, la gran ampliación barroca, es decir, una construcción totalmente distinta y mucho más grande, tanto en planta como en altura y volumen, inscrita en un cuadrado perfecto y con una planta de cruz griega en su interior.

Torre de Utebo Conjunto Torre Iglesia alzados norte y oeste, (J. Heredia y C. Gasco arquitectos). En el alzado norte, a la izquierda la ampliación barroca (de mayor volumen), a continuación, la iglesia mudéjar (de menor altura) y después la torre.

 

Torre de Utebo Conjunto Torre Iglesia alzados sur y este. (J. Heredia y C. Gasco arquitectos). En el alzado sur, a la izquierda la torre, a continuación, la iglesia mudéjar y después la ampliación barroca.

 

Se han afirmado fechas con total rotundidad pero, en cuanto a documentación escrita, la única que hay totalmente certera es la datación de los dos tramos de crucería (iglesia mudéjar) más cercanos a la torre, pues existe un contrato de obras fechado en 1514 donde dice que “el Concejo contrata al maestro Anthon de Sarinyena la construcción de dos tramos idénticos al que ya existe junto al ábside”, con capillas a cada lado, dejando muy claro que “se tiene que facer acabado como el otro en todo y por todo, así de dentro como de fuera y cubierto de cubierta de manera que quede acabado como lo otro en el qual cruzero se ayan echar sus fundamyentos de argamasa como en lo otro…”.

Naturalmente, hasta el Concilio de Trento (1545-1563), las iglesias comenzaban a construirse por el lado este e iban creciendo hacia el oeste. Esto nos indica que ese tramo que ya existía es el que se encuentra adyacente a la parte barroca, pero que entonces esta aún no estaba construida. Hay que tener en cuenta que estamos ya en el siglo XVI y en un lugar muy próximo a la ciudad de Zaragoza, donde las últimas corrientes llegan rápido. Por aquel entonces, las bóvedas de crucería se hacían ya estrelladas, con la Lonja de Zaragoza como uno de los mejores exponentes del momento.

Bóvedas estrelladas Lonja de Zaragoza. Siglo XVI. (Wikipedia)

 

Sin embargo, el documento de 1514 explica por qué en Utebo siguen haciendo las bóvedas de crucería sencilla: quieren esos dos tramos “idénticos al que ya existe” y se entiende que el criterio es mantener la uniformidad con el mismo. Sin embargo, lo que no se entiende muy bien es que ese primer tramo se hubiera construido tan solo 4 años antes, dado el aspecto medieval aún de estas bóvedas, y entiéndaseme lo de “medieval” no como algo peyorativo sino todo lo contrario. Esa afirmación se extrae simplemente de una hoja suelta que apareció en el libro de Primicias del Archivo Parroquial, entre las páginas correspondientes al año 1710, donde alguien (posiblemente el párroco de entonces) había escrito que la obra había comenzado en 1510 y que se había hecho el cabecero y el primer tramo por un coste de 7.000 sueldos; que a continuación se habían realizado los dos tramos siguientes con sus correspondientes capillas laterales por 5.000 sueldos, y, finalmente, el tercer tramo “con el portegado y canbras” por 7.200 sueldos, acabándose toda la obra en 1521. El buen hombre lo escribiría con la mejor intención y, a buen seguro, no se inventaría los datos que ahí reflejó, pero hay que tener en cuenta que lo escribió 200 años después de lo sucedido y, si no hay más pruebas que refrenden esas afirmaciones, lo más prudente es dejar cierto lugar para la duda en cuanto al rigor de la datación.

De cualquier forma -continuando con el templo, que luego entraremos con la torre, que es el principal objeto de este artículo- nos encontramos con que esta nave compuesta por los tres tramos de crucería constituye la iglesia mudéjar. Los dos tramos primeros poseen capillas laterales y los vanos apuntados que las comunican reafirman el carácter gótico-medieval de la obra. Posiblemente el primer tramo -aquél que ya existía- fuese incluso anterior a lo que siempre se le supuso y ello fue lo que marcó el estilo de toda la ampliación mudéjar que se llevó a cabo en el siglo XVI.

Interior de Iglesia mudéjar. (J. A. Tolosa)

 

Lo realmente singular de esta iglesia es la gran ampliación que luego experimentaría, ya en el siglo XVIII, esa gran edificación barroca con una gran cúpula sobre pechinas, pues no es habitual que las iglesias crezcan hacia el este. La incógnita es: ¿qué había antes en el solar ocupado ahora por esta edificación? Aprovecho para indicar también que el atrio de entrada corresponde también al momento de esa ampliación barroca.

Tenía que apuntar todas estas cosas antes de entrar de lleno con la torre y ahora veremos por qué. Aparte de la gran diferencia estilística entre la torre y la iglesia, llama la atención la separación entre las mismas y la evidencia de que esta torre fue concebida como exenta, lo cual choca frontalmente con la teoría de que fue construida como colofón de la obra mudéjar. Los que tenemos cierta formación en materia de arquitectura comprendemos fácilmente que, cuando un alarife construye un campanario como fase final de su iglesia, adopta soluciones integrales mucho más lógicas y no por ello menos espectaculares, como son los casos de Santa María de Maluenda o la iglesia de la Virgen de Tobed, cuyas imágenes se acompañan como ejemplo de cómo se construye un campanario en el mismo conjunto de la iglesia a la que acompaña, compartiendo basamento y sirviendo, incluso, de refuerzo y bastión para absorber empujes horizontales transmitidos por las bóvedas del templo.

Iglesia de Santa María de Maluenda

 

Iglesia de la Virgen de Tobed

 

Es curioso que, en aquel contrato de 1514, cuando se manda hacer esos dos tramos, se especifique “dende la obra nueva fasta el campanal”. Es decir, ¡había ya un campanario más o menos donde está ahora el actual!, pero como no se puede admitir que estemos hablando de la misma torre -no se sabe muy bien por qué motivos-, seguimos aumentando el guinness de los récords en Aragón de edificios desaparecidos de los que ni siquiera se han hallado restos arqueológicos. Ello les ha dado pie para afirmar que, a medida que iban construyendo la nueva edificación, iban demoliendo otra iglesia preexistente hasta llegar a derribar también aquella supuesta vieja torre. Sin embargo, ningún documento ni vestigio real se ha hallado para sostener semejante afirmación.

Vayamos ahora con otra versión que, aunque tampoco tiene fondo documental ni arqueológico -de momento-, da al menos una explicación lógica a todo esto. Por motivos más bien viscerales que racionales, siempre se evita buscar el origen en el hecho innegable de que este territorio ya estaba ricamente poblado en el siglo XI. Este lugar no lo sería menos, dada la cercanía a la gran ciudad y el medio favorable para aquella agricultura de regadío que tanto floreció en época islámica. Ya hemos explicado en alguna ocasión que los cristianos, en su conquista, iban encontrando poblaciones en las que había mezquitas con sus correspondientes alminares. Las mezquitas las consagraban como iglesias y los alminares los aprovechaban como campanarios. En este caso, la mezquita pudo estar donde ahora está la ampliación barroca, la torre sería el alminar y el espacio de la iglesia mudéjar pudo ser el sahn o patio de abluciones donde los fieles se purificaban antes de entrar al rezo. Un modelo de esta composición lo tenemos en la mezquita de Córdoba (a escala mucho mayor, pero que también lo fue en Zaragoza), donde el cerramiento del sahn alcanza al alminar.

Recreación de la Mezquita de Córdoba. (M. Sobrino)

 

En Utebo, el sahn también pudo ser porticado y quizá sea esta la construcción de la que los historiadores hablan de que se iba derribando a medida que se construía la iglesia mudéjar. Terminada esta, la vieja mezquita, que hasta entonces había servido como iglesia, sería derruida y, en el siglo XVIII, se erigiría en el mismo lugar la ampliación barroca que hoy conocemos, junto con el atrio de entrada.

En cuanto a la torre, es una obra preciosa y extremadamente singular, conocida como “el campanar de los espejos” por la rica decoración de azulejos que posee. Consta de un cuerpo bajo de planta cuadrada y otro superior de planta octogonal. Exteriormente, el cuerpo bajo se divide en dos pisos rematados con sendos entablamentos. Los motivos que se utilizan en la ornamentación son muy variados, incluyendo, además de los azulejos, algunos antiguos como arcos de medio punto entrecruzados, rombos, esquinillas al tresbolillo y merlones o almenas, mezclándose con rehundidos y vanos ciegos con arcos de medio punto.

El cuerpo octogonal superior está dividido en tres pisos y resulta mucho más ligero y esbelto que el cuadrado. Destaca la forma en que se desarrollan los contrafuertes que vertebran el muro calado por amplios y abundantes vanos. El cuerpo se articula mediante numerosas cornisas molduradas y está decorado a base de bandas menores que las del cuerpo cuadrado y con cerámica de mayor tamaño. El cambio de planta se suaviza al exterior mediante la colocación de torreoncillos de diseño similar al de la torre en los cuatro ángulos. El primer piso es ciego, el segundo corresponde al de campanas y el tercero es de planta sensiblemente más pequeña que los otros, convirtiéndose así los contrafuertes en una especie de arbotantes que le dan a la torre esa silueta tan singular en su parte alta.

Torre de Utebo plantas y sección de la torre. (J. Heredia y C. Gasco arquitectos).

 

Los propios historiadores del arte que han escrito sobre esta torre, aun en su afán por no admitir dataciones de épocas anteriores a las que ellos han establecido, reconocen la extrañeza de que tenga una estancia en la parte baja con bóveda piramidal enjarjada (ver la sección vertical) que no tiene comunicación con el resto de la torre, produciéndose el acceso a la misma por encima de dicha estancia, sistema propio de torres defensivas más tempranas. En su decoración exterior, detectan motivos muy antiguos, como esos arcos entrecruzados, rombos, esquinillas, merlones y almenas. El desarrollo de las bovedillas que conforman los tramos de escalera del primer cuerpo de planta cuadrada no tiene la configuración de bóvedas enjarjadas como en el resto de la torre, sino que están hechas mediante hiladas voladas en el sentido ascendente de la escalera, con los ladrillos dispuestos a tizón, solución llamativamente arcaizante que coincide con la del alminar de la Colegiata de Santa María de Daroca, recubierto de sillar y reutilizado como campanario.

Torre de Utebo Bovedilla techos de escalera, (J. A. Tolosa)

 

Alminar de Santa María de Daroca. Bovedilla de techos de escaleras, (J. A. Tolosa)

 

El arquitecto D. Francisco Íñiguez, restaurador del Palacio de la Aljafería, en su artículo de 1937 sobre las torres mudéjares aragonesas, ante todos estos dilemas, planteaba la posibilidad de que antes del siglo XVI ya existiera el cuerpo cuadrado y solo se construyera el octogonal superior. Sin embargo, parece ser que, en los criterios seguidos para establecer la datación, nunca se han abordado en profundidad los aspectos constructivos que aquí se exponen, quizá por exceder a la especialidad de quienes los han fijado. También José Galiay (1880-1952), aun defendiendo la uniformidad de conjunto, deja abierta la puerta a una posible reutilización de la “torre antigua” (“remozada con algún elemento nuevo y la adición de cerámica”).

Yéndonos hacia atrás en el tiempo, no parece posible una datación si no llegamos a la época islámica. Resulta muy verosímil, pues, que, al menos el cuerpo cuadrado, sea el alminar que se construyera en el siglo XI. Aquí sí que se trata de dos torres concéntricas, siendo la interior un machón hueco de planta cuadrada en torno al cual se desarrolla la correa de la escalera que sirve de unión entre las dos torres. Es decir, se trata del sistema ya evolucionado de torre y contratorre que luego se exportaría al sur de la Península cuando se hallaba bajo el dominio almohade, alejado de las primitivas torres de Ateca, San Pablo o Tauste.

En el siglo XVI, terminados los tres tramos de crucería del templo, se remozaría la torre para adaptarla a la moda del momento, manteniendo los motivos arcaizantes (arcos entrecruzados, rombos, etc.). La historiografía tradicional da por inequívoca la datación que aporta la inscripción epigráfica del primer friso donde dice “la hizo Alonso de Leznes y se acabó en 1544”. No se entiende que la construcción de la iglesia mudéjar esté perfectamente documentada mediante el contrato de 1514 y que, sin embargo, de la torre, supuestamente construida después, no haya documento alguno y sea esa la única prueba de su datación en ese año, cuando esas fechas suelen referirse a la última actuación llevada a cabo y no a su comienzo de nueva planta. Es mucho más lógico pensar que es en esa época cuando se realizan obras importantes en la misma, como el recrecido del cuerpo octogonal, aunque tampoco hay que abandonar la posibilidad de que al menos el primer piso del mismo ya existiera, dada la continuidad estructural que en él se aprecia respecto al cuerpo cuadrado de debajo. Incluso el segundo piso resulta anómalo en las grandes dimensiones de los vanos alternos que albergan las campanas: están constreñidos entre los contrafuertes, como si se hubiesen agrandado a posteriori. Mucho más equilibrados de proporciones resultan los vanos cegados (que quizá hubo que tabicar por el excesivo aligeramiento de los colindantes).

También harían el remozado de todo el conjunto y el revestimiento de azulejos, con esa inscripción epigráfica que indica la fecha de estas actuaciones, dándole a la torre el aspecto que ha llegado hasta nuestros días.

Inscripción epigráfica, (J. A. Tolosa)

 

Con razón recibió el apelativo de “campanar de los espejos”, pero no debemos olvidar que nos encontramos, una vez más, ante un legado importante de aquella arquitectura puntera que se desarrolló en nuestras tierras allá por el siglo XI, Siglo de Oro de Zaragoza, algo que otorga mucho más valor histórico a este espectacular monumento.

 

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El Alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.

 

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