A tan solo 8 Km de Villanueva de Huerva en dirección sur, aguas arriba del río Huerva, se encuentra la localidad de Aguilón. La iglesia de Ntra. Sra. del Rosario está situada en el extremo norte de la población, es decir, nada más llegar a la izquierda, subiendo una pequeña cuesta. Se trata de una iglesia con el ábside orientado hacia el este-noreste. La torre es de planta cuadrada y sorprende que esté adosada al ábside, más o menos centrada con el mismo. También llama la atención la gran desproporción volumétrica entre las dos edificaciones, pues, la torre, aunque no es esbelta, supone un gran macizo que no guarda coherencia con la iglesia a la que acompaña, a pesar del tamaño considerable de esta.
La iglesia es una construcción de piedra en la que su parte más antigua es el ábside, de planta poligonal y con contrafuertes en las esquinas. Está datado en la primera mitad del siglo XIV. El resto de la iglesia corresponde a ampliaciones sucesivas en diferentes épocas.
La torre, sin embargo, no es de piedra, sino de ladrillo, enteramente toda ella. Está claro que se trata de dos edificaciones independientes en su origen. El enigma que se nos plantea es cuál de las dos se hizo primero. Resulta muy extraño que, después de hecha la iglesia, se les ocurriera levantar la torre en ese lugar tan “extraño” respecto a la misma, delante de la cabecera, teniendo espacio alrededor del templo para haber compuesto un conjunto arquitectónico más acorde.
El aparejo de los ladrillos es soga-tizón, según podemos observar en sus paramentos exteriores, lo que nos revela su carácter medieval (en la Edad Moderna ya se impone el aparejo de “solo tizón”, característico del arte barroco español). Hay un detalle que parece indicarnos que la torre podría haberse hecho después que el ábside, y es que la esquina noroeste de la misma está apoyada en el contrafuerte del ábside de su mismo lado. Lo más inmediato sería pensar que lo que hay debajo se hizo primero (es decir, el ábside con sus contrafuertes), y que lo de encima (es decir, la torre) es posterior.

Sin embargo, en este caso, hemos de tener en cuenta que la iglesia es de piedra y la torre de ladrillo. Resulta lógico que, cuando se pusieran a construir la iglesia, si la torre ya estaba, no se fiaran de apoyar la fábrica en la torre, por ser el ladrillo un material de mucha menor resistencia a compresión que la piedra. Es decir, ladrillo sobre piedra es constructivamente correcto, pero al revés no. Es cuestión de buena práctica, pues, picar la esquina de la torre para alojar debajo el contrafuerte de piedra, consiguiendo así el conveniente monolitismo para la fábrica de piedra a la vez que sirve de eficaz apoyo al resto de la torre que continúa en alzado por encima del mismo, y así debieron de hacerlo. De haberse construido la torre después que la iglesia, no tendría sentido esa interrupción del paramento de ladrillo que observamos en la fotografía, dejando el contrafuerte a la vista, sino que habrían forrado el mismo con la propia pared de ladrillo. Desde el punto de vista constructivo, lo que observamos ahí es una rotura de la esquina de ladrillo, deduciendo por tanto que, cuando se hizo la iglesia, la torre ya estaba allí.
Según la versión mantenida hasta el presente, la torre sería construida en la segunda mitad del siglo XV, es decir, siglo y medio después que el ábside, y que en los siglos XVI y XVIII se realizaron obras importantes en la iglesia, todas ellas en piedra. No tiene mucho sentido que, entre las diferentes fases de piedra de la iglesia, se les ocurriera levantar la torre con ladrillo y, encima, con esa solución tan “rara” de encuentro con el ábside. Como vemos, todo conduce a la conclusión de que la torre es anterior a la iglesia.


Una hipótesis fiable para dar explicación a la secuencia constructiva de este conjunto es que hubiera una mezquita en el mismo solar donde ahora se encuentra la iglesia con una separación entre las dos edificaciones, en la cual estaría el sahn o patio de abluciones. Como en tantos otros sitios, la mezquita sería aprovechada para el culto cristiano tras la conquista y el alminar para campanario, hasta que decidieran comenzar la nueva construcción gótica, acorde con el gusto de la época. Empezarían esta por el ábside, ocupando el antiguo sahn, adosándolo a la torre. De esa forma, la ejecución de las obras no implica prescindir de templo donde seguir celebrando las liturgias y, posteriormente, aquella vieja construcción se va sustituyendo por la iglesia que hoy conocemos, con sus sucesivas ampliaciones y capillas laterales.
Exteriormente, la torre es muy austera en su decoración. Hasta la altura de la sala que hoy sirve de campanario, solo unas bandas de esquinillas interrumpen la monotonía del ladrillo. Al nivel de esa sala, se abren ocho ventanas (dos en cada cara del cuadrado) en arco ligeramente apuntado. La mayor decoración se concentra por encima de esas ventanas, consistente en unos tableros de rombos en ladrillo resaltado. Remata el cuerpo cuadrado una cornisa a base de ménsulas de ladrillo en forma de pirámide invertida y corona la torre un sencillo cuerpo octogonal, erigido en el siglo XVII, con un estrecho vano en cada cara y contrafuertes en las esquinas, cubierto por un chapitel piramidal.

El interior de la torre parece bastante arcaico para la datación que siempre se le ha dado. Se trata del típico alminar zagrí, dividido esta vez en tres estancias superpuestas cubiertas con bóveda de cañón, alternando la dirección del eje de las mismas perpendicularmente uno respecto del siguiente para que los empujes horizontales que transmiten no recaiga siempre sobre los mismos muros. Se trata de la misma solución que ya vimos en la torre de Santa María de Ateca, de indudable adscripción zagrí.

La entrada siempre fue en alto, sobre la primera estancia, y la escalera arranca de este nivel, girando en torno a las dos estancias superiores hasta llegar a la sala superior o cuerpo actual de campanas. También la escalera es la típica del alminar zagrí, con el peldañeado de ladrillo y el techo de bovedillas enjarjadas que se van escalonando a medida que se sube por ella.

La sala donde desemboca es un estupendo mirador desde el que se divisa buena parte del territorio en 360º. Tiene una estructura de techo muy peculiar: ocho pilastras repartidas en el perímetro, una en cada esquina y una en el centro de cada cara, y un pilar en el centro de la estancia, apoyado sobre la clave de la bóveda que hay debajo. Estos pilares sirven de apoyo a un entramado de arcos de ladrillo en ambas direcciones, dividiendo la planta en cuatro cuadrados. Contemplando esta estructura y salvando las distancias en cuanto a riqueza arquitectónica, uno no puede evitar acordarse de la techumbre de la mezquita del Cristo de la Luz, en Toledo, aquella dividida en nueve cuadrados y está en cuatro.


Está claro que esta estructura se llevó a cabo para formar una base sólida sobre la que asentar la torrecilla que coronaría la torre durante bastante tiempo, hoy desaparecida y sustituida por el remate octogonal que hoy conocemos.
Como vemos, son muchos los argumentos que invalidan la datación de esta torre en el siglo XV, a falta de documentación sobre la misma. La austeridad decorativa de su exterior y la entrada en alto hacen pensar en una construcción con finalidad militar principalmente, como torre atalaya en la ruta del río Huerva, función que tiene más sentido en época islámica, además del uso para llamar a oración. Como en tantas otras torres, la realización de ensayos de termoluminiscencia sobre los ladrillos podrían aportar bastante luz para una datación definitiva de esta interesante torre.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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