Leciñena es una localidad ubicada al noreste de Zaragoza, a unos 40 Km de distancia, en la comarca de los Monegros, al pie de la sierra de Alcubierre. Actualmente tiene unos 1.100 habitantes.
En su casco urbano destaca la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, una edificación imponente construida en piedra sillar, de gran tamaño, erigida en el siglo XVI, que nos indica la grandeza que tuvo este pueblo por aquella época. Llama la atención que la torre campanario no fuese hecha también de piedra, como la iglesia, sino de ladrillo. Se halla en la esquina noroeste del templo y lo primero que nos preguntamos es cuál de las dos edificaciones se realizó primero, la torre o la iglesia. Fijándonos detenidamente en el encuentro entre ambas, vemos que la iglesia termina contra la torre y que, además, el contrafuerte del lado norte de la iglesia inmediato a la torre oculta parcialmente la cara de esta y parte de su decoración. Ello nos lleva a la conclusión inequívoca de que cuando se construyó la iglesia la torre ya estaba allí y nos hace recordar aquella máxima de que nunca se construyó un campanario antes que la iglesia. Por tanto, hemos de suponer que esta torre se levantaría en un contexto diferente al actual, acompañando a otro templo que antes hubiera en este mismo lugar.

El profesor Borrás, en su obra Arte Mudéjar Aragonés (1985), detecta en esta torre tres fases de construcción: un primer cuerpo de planta cuadrada erigido en los siglos XV-XVI, un segundo cuerpo superpuesto en el siglo XVI, con la misma planta y de escasa altura, y un tercero, también cuadrado pero más estrecho, hecho ya en el siglo XVII, de clara factura neoclásica.
Omite, sin embargo, el gran basamento de tapial de yeso sobre el que se sustenta toda la torre, de forma troncopiramidal. En la parte inferior del mismo existen unas hiladas de piedra sillar, pero estas pudieron ser colocadas en algún momento como reparación de la parte inferior de ese basamento.
La decoración exterior de ese primer cuerpo de ladrillo es bastante escasa: apenas tres bandas de esquinillas, sencillas en dientes de sierra la inferior y la superior y al tresbolillo la central. En el lado occidental de la torre no existe la banda inferior porque en la parte baja hay un arco apuntado cegado cuya razón de ser se desconoce. En la parte alta se abren dos vanos en cada cara, ligeramente apuntados, y remata el cuerpo una cornisa con ménsulas de ladrillo en forma de pirámide invertida. En el segundo cuerpo encontramos una banda de rombos en ladrillo resaltado y una sucesión de ventanas ciegas en arco de medio punto. Solamente una de ellas, en la cara sur, se abrió para alojar una pequeña campana. Estos arquillos quedan ornamentados con unos tacos de ladrillo dispuestos sobre el extradós de los mismos.


Resulta extraña la datación de los siglos XV-XVI atribuida a lo que es considerado como la parte más antigua de esta torre (el primer cuerpo) ante la ausencia de documentación que la acredite, pues para sostener esa hipótesis habría que suponer que la torre se erigiría en esas fechas como colofón de otro templo anterior, también mudéjar y, por tanto, construido poco tiempo antes, pero que, casi a continuación, hay que derribarlo para levantar la gran iglesia de piedra que hoy conocemos. No tiene sentido. Parece más lógico retrotraer la torre a otra época anterior, no forzosamente a la de dominio islámico, pues desde la conquista de Alfonso I el Batallador (1118) hasta el siglo XV es mucho tiempo y tiene cabida cualquier posibilidad.
Pero lo más llamativo de esta torre es que, al penetrar en su interior, no nos encontramos dentro de una torre de fábrica de ladrillo, sino en una obra de tapial de yeso que llega hasta el nivel de coronación de este primer cuerpo. Esto constituye una gran sorpresa, la cual es mayor todavía al observar la gran tosquedad de este interior. Se trata de una torre oculta dentro del forrado de ladrillo, con un machón central, en torno al cual se desarrolla la escalera y abovedamientos de techos, todo ello con el mismo material. A pesar de la rudeza de esta construcción, no debemos dejar de atribuirle el mérito artesanal que conlleva esta obra de tapial de yeso y no es concebible que se hiciera de esta manera si hubiese existido la posibilidad de hacerla de ladrillo en el momento en que se construyó, pues hubiera supuesto mayor facilidad de ejecución, con menos dificultades y un resultado final más fino. En definitiva, nos hallamos dentro de una edificación muy arcaica para suponerla en época tagarina (mudéjar).

No parece necesario explicar la gran diferencia en el tiempo que cabe intuir entre esta obra de tapial y la de ladrillo exterior. La complejidad de su elaboración constructiva -a pesar de la tosquedad ya mencionada- habría resultado mucho más sencilla con las técnicas aplicadas al ladrillo que vemos en otras torres, como es el caso de las bovedillas enjarjadas formadas por vuelos sucesivos de hiladas, aproximándolas hasta cerrar en el centro.
En definitiva, parece lógico situar esta torre interior -con todo el basamento troncopiramidal- en época islámica, como alminar de una mezquita que tuvo que haber en este lugar. Recordemos que muchos de los pueblos ya existían antes de la conquista cristiana y que habría en cada uno de ellos una o varias mezquitas para la oración, generalmente con sus correspondientes alminares. Un detalle que apoya esta hipótesis es que, si fuese una torre cristiana, en el nivel donde se encuentran los dos ventanales en cada cara habría una pequeña sala que sirviera como campanario, pero vemos que el machón central sube hasta la cota superior de este cuerpo, de donde se deduce que nunca hubo campanario en esta altura.

También está claro que el forro de ladrillo es anterior a la iglesia por lo explicado anteriormente (el contrafuerte tapa parte de la cara sur de la torre, quedando decoración oculta detrás del mismo). Su fecha de construcción queda, pues, en una época indefinida entre el alminar de yeso y el gran templo actual, pudiendo ser tanto de época islámica como cristiana. Quizá ensayos de termoluminiscencia sobre los ladrillos vendrían a aclarar este enigma.
En cuanto al segundo cuerpo, se le atribuye la misma fecha que a la iglesia, pero también nos encontramos con que algunos de sus arquetes, así como parte de los rombos que lo decoran, quedan ocultos detrás del mencionado contrafuerte (ver la foto de detalle del segundo cuerpo). Ello indica que este cuerpo también es anterior al templo actual. Que es un recrecido, no hay duda de ello, pues interiormente es ya totalmente de ladrillo y deja de tener el machón central del primer cuerpo, quedando las escaleras adosadas a los muros hasta llegar al campanario neoclásico.

Finalmente, el cuerpo superior del siglo XVIII, donde se ubican las campanas, vendría a sustituir a otro campanario anterior, probablemente construido en el siglo XVI -ese sí-, que seguramente tendría planta octogonal, configurando así una torre mixta (cuadrada en el cuerpo inferior y octogonal en el superior), habitual en aquella época.

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.

Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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