Romanos es una localidad situada a 14 Km al este de Daroca y a unos 80 Km de Zaragoza. En el extremo meridional de la población se encuentra la iglesia de San Pedro Apóstol, una construcción renacentista de tamaño considerable, construida en piedra, fechada en el siglo XVI. Adosada a los pies de la nave (lado occidental) se encuentra la torre, toda ella hecha en ladrillo y que, constructivamente, nada tiene que ver con la iglesia.
Resulta una torre de gran belleza, tanto por su esbeltez como por su rica decoración. Gonzalo Borrás (Arte Mudéjar Aragonés, 1985) la dató en los comienzos del siglo XV por comparación con otras torres al no existir documentación que acredite fehacientemente su fecha de construcción. El problema es que de la mayoría de las torres con las que se la compara tampoco hay documentación escrita.
Curiosamente, torre e iglesia se encuentran dentro de un pequeño recinto fortificado datado en el siglo XIV que posiblemente fue construido en el contexto de la guerra de los dos Pedros. José Antonio Tolosa, en el apartado que dedica a esta torre en su web www.aragonmudejar.com, razona la posibilidad de que este recinto se construyese en torno a la torre para proteger el territorio y servir de puesto de observación. Esta relación de precedencia entre la torre y el recinto fortificado resulta bastante razonable, lo que nos lleva a considerar el adelanto de la fecha de construcción de la misma respecto a la dada por el profesor Borrás.
Su planta es cuadrada, de casi 6 m de lado, y tiene una altura aproximada de 30 m, lo que hace de ella una edificación muy esbelta. Está claro que fue construida exenta por los cuatro lados. El muro hastial de la iglesia está interrumpido en su parte central por la cara oriental de la torre y se ve nítidamente que se trata de dos construcciones independientes, pues cuando se construyó la iglesia, la torre ya existía. No se conocen indicios de otro templo anterior.
El origen defensivo de la misma es más que evidente: dividida en estancias superpuestas, entrada en alto y, como elemento singular, un matacán que defendía el paso que se abría en el cuerpo bajo. Efectivamente, a nivel de la cota 0, se abría un paso abovedado por debajo de la torre (hoy tapiado) que daba acceso a un espacio interior (no se sabe si cubierto o descubierto). Ese espacio habría sido actualmente la iglesia construida en el siglo XVI, pero se desconoce a dónde conducía antes de ser erigida esta. En Aragón, tenemos los caso similares de las torres de Teruel, pero en estas tienen un uso simplemente viario. Agustín Sanmiguel apunta también la misma disposición en el alminar de Mansourah (Tremecén, Argelia), que servía de entrada al patio de la mezquita de una ciudadela militar.

Interiormente se divide en seis estancias superpuestas que se comunican actualmente mediante escaleras de obra adosadas a los muros y que atraviesan las bóvedas por uno de sus laterales.

La primera de esas estancias es el antiguo paso antes descrito. Tanto esta como las cuatro siguientes están cubiertas por bóvedas de cañón apuntado con el eje en dirección este-oeste, salvo la quinta que lo tiene en sentido transversal. La sexta y última estancia se cubre con bóveda de crucería, con nervios diagonales y, también, entre centros de caras.

Uno de los nervios diagonales, en uno de sus extremos, no llega hasta su rincón correspondiente, sino que descansa en otro arco transversal. Ello sirvió para dejar un hueco triangular por el que pasar una escalera que diera acceso a la terraza desde la que divisar la mayor extensión posible del territorio circundante.

Los más de siete metros que se ganan en altura subiendo desde el actual cuerpo de campanas hasta esta terraza suponen ampliar considerablemente la visión, que era la función esencial de las torres-atalaya, así como la condición de ser vistas desde lo más lejos posible, pues también servían como “faros” en las rutas comerciales.
Sobre esa terraza se erigiría una torrecilla-refugio (ver el alzado original hipotético recreado por Agustín Sanmiguel) como en las que ya vimos de Encinacorba y Longares, hoy sustituida por un cuerpo octogonal, seguramente añadido al construirse la iglesia en el siglo XVI. Al mismo tiempo que este recrecido se construiría también la escalera de caracol que atraviesa ese hueco triangular para acceder al mismo, sustituyendo a la escalera que antes hubiera.


La decoración exterior es especialmente rica, quedando muy poca superficie lisa. Ello hace de esta torre, junto con su extraordinaria esbeltez, uno de los ejemplares más hermosos de la arquitectura de ascendencia islámica (considerando como tal tanto la construida en época islámica como en época ya cristiana) que existen en Aragón.
En cuanto a su datación, apuntábamos anteriormente que no hay noticias escritas sobre la fecha de su construcción. Como decíamos, se la dató hacia el año 1400, aunque el propio Gonzalo Borrás señalaba lo arcaico que suponía ya para aquella época la existencia de una faja decorativa a base de ladrillo colocado en zig-zag.

Realmente, ya hemos visto en otras ocasiones cómo los motivos decorativos en el arte islámico se repiten de igual manera a lo largo de los siglos, continuando hasta nuestros días, por lo que no suelen ser fiables para datar construcciones, a diferencia del arte occidental donde las modas de cada momento permiten identificar, sin apenas margen de error, las fechas aproximadas de construcción de cada monumento incluso sin recurrir a la documentación escrita.
Lo que sí resulta indudable, tanto por su situación como por su relación con el entorno, su carácter de atalaya. Observe el lector cómo, a lo largo de los últimos artículos (dedicados a las torres de Longares, Villanueva de Huerva, Aguilón, Encinacorba y Villarreal de Huerva), venimos recorriendo el valle del río Huerva a lo largo de lo que tuvo que ser una ruta comercial entre dos ciudades tan importantes en época islámica como fueron Zaragoza y Valencia. Erróneamente, se ha atribuido la característica de torres huecas a la época cristiana, descartando para las mismas toda posibilidad de que se hubieran hecho anteriormente. Venimos viendo que esto no es así, empezando por los torreones del Castillo Mayor de Calatayud, de los que nadie pone en duda su datación islámica. Las torres estudiadas en esta ruta del Huerva también tienen esta estructura hueca, salvo la de Aguilón, que también se compone de estancias superpuestas, pero con escalera intramural (como la de Ateca, en la que tampoco tenemos ninguna duda de que fue un alminar). Más curiosa, quizás, era la de Villarreal de Huerva, que se compone de dos estancias superpuestas, pero con el arcaísmo de una escalera intramural que comunica las dos estancias, como en el Castillo Mayor de Calatayud.
Cabe concluir, pues, que todas estas torres formaban una red de vigilancia a lo largo de esta ruta, uso que tiene mucho más sentido en aquella época islámica en la que la actividad comercial tuvo una gran importancia dada la idiosincrasia de aquella cultura (principalmente en el siglo XI) en contraposición a la que luego vendría tras la conquista cristiana, y no para defender una frontera que, tal y como afirmaba Agustín Sanmiguel, en esta tierra nunca hubo.
Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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