Siguiendo en la misma zona del valle del Huerva, nos encontramos en Encinacorba, esta vez junto al río Frasno, al pie de la sierra de Algairén y a unos 8 Km al sur de Cariñena. En lo alto de su casco urbano destacan la iglesia de Santa María del Mar y su torre campanario.
Según los historiadores, se trata de una construcción llevada a cabo en el primer tercio del siglo XVI, más las capillas del lado del Evangelio, que son ya del siglo siguiente (época barroca; aparecen en el lado izquierdo de la foto). Cuando uno ha leído esta información y se aproxima al lugar, espera encontrar una edificación muy homogénea (salvo aquellas capillas, claro), con las características propias del renacimiento aragonés y las influencias tagarinas derivadas de ser una construcción hecha en ladrillo por una mano de obra musulmana (musulmanes aragoneses, por supuesto; es decir, tagarinos). A este respecto, se observan decoraciones de rombos realizadas en ladrillo resaltado, bandas de esquinillas y cornisas formadas por mensulillas de ladrillo en forma de pirámide invertida, todo ello propio de las técnicas constructivas tagarinas, y también el típico mirador de arquetes formado por arcos doblados coronando la nave de la iglesia en todo su perímetro, característico de la arquitectura renacentista aragonesa. Choca como algo excepcional que estos arcos sean ligeramente apuntados, lo cual le da cierta reminiscencia medieval, pero la condición de que sean dobles disipa toda duda de que estén hechos según la datación dada por los historiadores. No obstante, no deja de ser algo singular y bastante único.

Llaman también la atención los huecos abiertos, en forma de óculos y otros, que rompen la decoración hecha en ladrillo o irrumpen en la misma. Pero, sobre todo, tres pilastras de ladrillo en derrame hacia el interior, con sus sencillos capiteles, que servían de apoyo a las arquivoltas de la portada original, solución más propia de épocas anteriores, situadas en un paramento desalineado con el de la fachada sur, donde se encuentran. Los restos de esta portada están a la izquierda de la portada actual, ya junto a la torre.

Encima de los mismos existe un arco rebajado y otro más arriba que se hizo para facilitar el acceso a la torre desde ese nivel, pero que interrumpe de mala manera la banda de rombos.

Observando la orientación del templo, vemos que su ábside no mira hacia el este, sino al noreste. El muro lateral que supuestamente tenía que estar orientado hacia el sur, lo hace hacia el sureste. Si aquí hubiese habido una mezquita en época anterior (cosa nada descartable), esta hubiese sido la orientación idónea hacia la Meca.

Todo esto nos lleva a sospechas de múltiples intervenciones a lo largo del tiempo en contradicción con esa supuesta continuidad que se hubiera dado si se hubiese hecho en ese corto periodo de tiempo que apuntan algunos historiadores. Estudios más detallados sobre las distintas fases constructivas y el lenguaje arquitectónico que se intuye entre las mismas, acompañados de datación de materiales por ensayos de termoluminiscencia, todo ello analizado desde el prisma objetivo de los profesionales de la arquitectura, darían, sin duda, una versión mucho más real y apasionante sobre este interesante monumento. Podrían encajar incluso datos documentales hasta ahora prácticamente desdeñados, como la noticia dada por Espés, según la cual el 18 de julio de 1405 el arzobispo de Zaragoza “dio licencia a los de Encinacorba de ampliar la iglesia parroquial…”. La mencionan los historiadores que han investigado esta iglesia, pero la relegan rápidamente para mantener su datación del siglo XVI.
La torre se encuentra a los pies de la iglesia, en el lado de la epístola. Está separada de la nave, constituyendo en su origen una edificación totalmente independiente, claramente anterior al templo actual. Es de planta sensiblemente cuadrada, aunque algo irregular, de unos 6 m de lado y unos 25 m de alto. La parte baja es maciza y dicen que es de mampostería, pero seguramente se trata de tapial, es decir, obra encofrada con tableros de madera: esa confusión habitual de denominar “mampostería” porque se ha erosionado la superficie y van quedando a la vista los mampuestos que rellenaban el tapial. Las esquinas son de ladrillo ya en esa parte baja, enmarcando el tapial, pero es probable que todo ello fuera de tapial en su origen y esto sea el resultado de reparar con ladrillos las esquinas del mismo cuando este había alcanzado cierto grado de deterioro. De hecho, los enjarjes entre la fábrica de ladrillo y la de tapial son totalmente aleatorios y desordenados, lo cual indica que los ladrillos se ajustaron a lo existente y no al revés.
Tiene una entrada en alto a través de ese hueco que condicionó la construcción de aquel arco rebajado de la fachada sur de la iglesia, anteriormente mencionado. Ese hueco también es apuntado, cerrado por una reja, y da acceso a una escalera cubierta por bovedillas de cañón escalonadas, todo ello en ladrillo, algo bastante arcaico para la datación que se le dio a la torre, solo existentes en las torres de Ateca y de Belmonte de Gracián, las cuales ya vimos que eran claramente alminares reutilizados.

Desde esa base de tapial, el resto de la obra ya es de ladrillo. Es totalmente hueca por el interior, solo dividida horizontalmente por un forjado de madera. Dicen que esta tipología es típicamente cristiana porque su estructura no responde a la de dos torres concéntricas (que sería la propia de la arquitectura islámica), pero la realidad es que también existen torres huecas de aquella época. Los que no son propios de la arquitectura cristiana son los huecos del primer nivel, apuntados y ligeramente túmidos, como tampoco el arco de herradura de otro gran hueco tapiado que existe en el lado este de la torre, algo que sí lo es de la islámica. También la banda de “zig-zag” dividida en tres tramos por las claves de esos arcos túmidos parece demasiado arcaica para la época que se le atribuye.


Uno de los datos más evidentes que demuestran la mayor antigüedad de la torre respecto de la iglesia es que, en la cara de la torre que da a la iglesia (lado norte de la torre), esos arcos túmidos están cegados, tratándose de un paño oculto que solo es visible desde la falsa existente entre las bóvedas de la iglesia y el tejado de la misma. ¿Para qué hacer unos arcos y una decoración en “zig-zag” en un lugar donde nunca van a ser visibles? Está claro que todo eso se tapió cuando se hizo la iglesia. Y aquí es donde conviene recordar que nunca se hizo un campanario antes que la iglesia.

Algo parecido ocurre con los dos huecos del nivel superior, pues son ojivales y de una sola rosca, elementos que se dan en el arte gótico cristiano, pero que ya hemos visto en otras muchas torres que, realmente, fueron alminares y que la forma ojival viene del mundo mesopotámico de la mano del islam.

Pero, sobre todo, la bóveda de cañón apuntado que la cubre interiormente, solución constructiva totalmente desfasada en la Edad Moderna.

La torre tuvo un remate muy peculiar consistente en una torrecilla, también de planta cuadrada, con una ventana ojival en cada cara, coronada con una cornisa de canecillos de ladrillo en forma de pirámide invertida y una curiosa cubierta piramidal, cóncava en su arranque para pasar a convexa en la parte superior.

En una lamentable restauración de finales del siglo pasado se derribó esta torrecilla y fue sustituida por una aguja de cobre que nada tiene que ver con la esencia de esta torre. Para terminar de desvirtuarla, se recreció 1 metro el pretil de la terraza.

Insistiendo en lo que se decía anteriormente, estamos ante un monumento sobre el que merece la pena hacer ensayos de termoluminiscencia en número suficiente para poder datar cada una de sus partes de forma objetiva. De la torre estamos seguros de que, al menos en su parte baja y hasta los primeros ventanales, nos retrotraerán a la época islámica, añadiendo un ejemplar más a nuestra ya larga lista de alminares aragoneses todavía no reconocidos por la “oficialidad” como si de un mal se tratara. Cuando Agustín Sanmiguel la visitó, antes de aquella desgraciada restauración, encontró, tirado en el suelo del cuerpo de campanas, un capitel taifal de alabastro. Nadie puede pensar que alguien tuviera el capricho de llevarlo y subirlo hasta allí, para nada, desde no se sabe dónde.

Jaime Carbonel Monguilán. Arquitecto Técnico.
Autor del libro «El alminar de Tawust», las intervenciones en obras de restauración del patrimonio de Jaime Carbonel le han llevado a conocer los aspectos más singulares de la arquitectura tradicional aragonesa, como el uso del yeso como material de agarre en lugar del mortero de cal, que era lo habitual en el resto de casi todo el mundo. Su dedicación al estudio detallado de la torre de Santa María de Tauste arroja unos resultados sobre su datación bien diferentes de los que se han sostenido tradicionalmente. Unas conclusiones que afectan de manera muy positiva al pasado de Tauste y a las consideraciones sobre el verdadero origen de la arquitectura mudéjar aragonesa.
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